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suyos fallecidos muchos años antes.
Pero las actividades secretas de Curwen no cesaron,
ni mucho menos, con aquel cambio. Por el contrario, tendieron
a aumentar, con lo cual fue dejando más y más sus negocios
en manos de capitanes unidos a él por lazos de temor tan
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EL CASO DE CHARLES DEXTER WARD
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poderosos como habían sido anteriormente los de la miseria.
Abandonó el comercio de esclavos alegando que los
beneficios que le reportaba eran cada vez menores. Pasaba
casi todo el tiempo en su granja de Pawtuxet, aunque de vez
en cuando alguien decía haberle visto en lugares muy
cercanos a cementerios, con lo que las gentes se preguntaron
hasta qué punto habrían cambiado realmente las antiguas
costumbres del comerciante. Ezra Weeden, a pesar de que sus
períodos de espionaje eran necesariamente breves e
intermitentes debido a los viajes que le imponía su profesión,
poseía una vengativa persistencia de que carecían ciudadanos
y campesinos, y sometía las idas y venidas de Curwen a una
vigilancia mayor de la que nunca conocieran.
Muchas de las extrañas maniobras de los barcos del
comerciante habían sido atribuidas a lo inestable de aquella
época en que los colonos parecían decididos a eludir como
fuera las estipulaciones del Acta del Azúcar. El contrabando
era cosa habitual en la Bahía de Narragansett y los
desembarcos nocturnos de importaciones ilícitas estaban a la
orden del día. Pero Weeden, que seguía noche tras noche a las
embarcaciones que zarpaban de los muelles de Curwen, no
tardó en convencerse de que no eran únicamente los barcos
de la armada de Su Majestad lo que el siniestro traficante
deseaba evitar. Con anterioridad al cambio de 1766, aquellas
embarcaciones habían transportado principalmente negros
encadenados, que eran desembarcados en un punto de la
costa situado al norte de Pawtuxet, y conducidos
posteriormente campo a traviesa hasta la granja de Curwen,
donde se les encerraba en aquel enorme edificio de piedra que
tenía estrechas troneras en vez de ventanas. Pero a partir de
1766 todo cambió. La importación de esclavos cesó
repentinamente y durante una temporada Curwen interrumpió
las navegaciones nocturnas. Luego, en la primavera de 1767,
las embarcaciones volvieron a zarpar de los muelles oscuros y
silenciosos para cruzar la bahía y llegar a Nanquit Point, donde
se encontraban con barcos de tamaño considerable y aspecto
muy diverso de los que recibían cargamento. Los marineros de
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Curwen desembarcaban luego la mercancía en un punto
determinado de la costa y desde allí la transportaban a la
granja, dejándola en el mismo edificio de piedra que había
dado alojamiento a los negros. El cargamento consistía casi
enteramente en cajones, de los cuales gran número tenía una
forma oblonga, forma que recordaba ominosamente la de los
ataúdes.
Weeden vigilaba la granja con incansable asiduidad,
visitándola noche tras noche durante largas temporadas.
Raramente dejaba pasar una semana sin acercarse a ella
excepto cuando el terreno estaba cubierto de nieve, en la que
habría dejado impresas sus huellas, y aun en esos días se
aproximaba lo más posible cuidando de no salirse de la vereda
o de caminar sobre el hielo del río vecino a la granja, con el fin
de poder ver si había rastros de pisadas en torno a la casa.
Para no interrumpir la vigilancia durante las ausencias que le
imponía su trabajo, se puso de acuerdo con un amigo que
solía beber con él en la taberna, un tal Eleazar Smith, que
desde entonces le sustituyó en su tarea. Entre los dos
pudieron haber hecho circular rumores extraordinarios, y si no
lo hicieron, fue solamente porque sabían que publicar ciertas
cosas habría tenido el efecto de alertar a Curwen haciéndoles
imposible toda investigación posterior, cuando lo que ellos
querían era enterarse de algo concreto antes de pasar a la
acción. De todos modos lo que averiguaron debió ser
realmente sorprendente. En más de una ocasión dijo Charles
Ward a sus padres cuánto lamentaba que Weeden hubiese
quemado su cuaderno de notas. Lo único que se sabe de sus
descubrimientos es lo que Eleazar Smith anotó en un diario, no
muy coherente por cierto, y lo que otros autores de diarios
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