[ Pobierz całość w formacie PDF ]
-¿Las has laido?
Dije que sí. Asintió, indiferente, olvidándose de las cartas y
recostándose de nuevo en el sofá. Tras otra pausa volvió a preguntar con
aparente interés:
-¿Qué te pareció?
-¿Esto? -dije, señalando los portafolios.
-Mi padre -me corrigió.
-No lo sé -reconocí-. Sólo lo vi dos veces. No pude formarme una
opinión. Pero creo que no estaba seguro de haber actuado bien.
-¿En relación a qué?
-En relación a ti.
-Ah. -Sonrió débilmente: en su cara no quedaba ni rastro de la
vivacidad que la había animado hasta hacía unos minutos-. En eso te
equivocas. En realidad nunca estaba seguro de haber actuado bien. Ni en
relación a mí ni en relación a nadie. Ese tipo de gente nunca lo está.
-No entiendo -dije.
Rodney se encogió de hombros; a modo de explicación añadió:
-No sé, al final a lo mejor es verdad que sólo hay dos tipos de
personas: las que actúan mal y siempre creen que actúan bien, y las que
actúan bien y siempre creen que actúan mal. Al principio mi padre era del
primer tipo, pero luego se convirtió en un campeón del segundo. Supongo
que le ocurre a mucha gente. -Se pasó una mano nerviosa por el pelo en
desorden y por un momento pareció a punto de reírse, pero no se rió-. Lo
que quiero decir es que a partir de un determinado momento mi padre no
me dio muchas oportunidades para que me sintiese orgulloso de él. Claro
que yo tampoco le di muchas oportunidades para que se sintiese
orgulloso de mí. Así que supongo que todo fue un maldito malentendido.
Pero, bueno, estas cosas le pasan a todo el mundo. -Suspiró sin dejar de
sonreír, al tiempo que apagaba el cigarrillo en el cenicero atestado de
colillas. Iniciando el gesto de incorporarse del sofá, señaló el reloj de
72
pared que había junto a la escalera: marcaba las cinco-. En fin, te estoy
dando la lata. Esta historia ya no le interesa a nadie, y yo debería dormir
un rato, ¿no te parece?
Pero yo ya no estaba dispuesto a dejar escapar aquella ocasión. Le
dije que esperara un momento, que aquella historia me interesaba a mí.
Un poco sorprendido, Rodney me interrogó en silencio con una especie de
candidez maliciosa. Entonces, consciente de que era ahora o nunca, de un
tirón le conté que su padre me había llamado a Rantoul precisamente
para hablarme de ella, le hablé de lo que su padre me había contado y le
pregunté por qué creía que había hecho eso, por qué, además, me había
entregado sus cartas y las de Bob. Rodney me escuchó con atención y
volvió a arrellanarse en su asiento; después de un largo silencio, durante
el cual su mirada se perdió más allá del cerco de luz que nos hurtaba a la
oscuridad del salón, me miró de nuevo y soltó una carcajada.
-¿De qué te ríes? -pregunté.
-De que a menos que hayas cambiado mucho ésa es una pregunta
retórica.
-¿Qué quieres decir?
-Sabes perfectamente lo que quiero decir -contestó-. Lo que quiero
decir es que después de hablar con mi padre tú saliste de mi casa
convencido de que lo que él quería era que contases mi historia, o por lo
menos de que tú tenías que contarla. ¿Me equivoco?
No me ruboricé; tampoco negué la verdad. Rodney movió a un lado
y a otro la cabeza en un gesto que parecía de reproche, pero que en
realidad era de burla.
-La presunción -masculló-. La jodida presunción de los escritores. -
Hizo un silencio y mirándome a los ojos dijo-: ¿Y entonces?
-¿Y entonces qué?
-¿Y entonces por qué no la has contado?
-Lo intenté -reconocí-. Pero no pude. O más bien no supe.
-Ya -dijo Rodney, como si mi respuesta le hubiese decepcionado, y
a continuación preguntó-: Dime una cosa. ¿Qué es lo que te contó mi
padre?
-Ya te lo he dicho: todo.
-¿Qué es todo?
-Lo que sabía, lo que tú le habías contado, lo que imaginaba, lo que
está en las cartas -expliqué-. También me contó que había cosas que no
sabía. Me habló de un incidente en una aldea, por ejemplo. My Khe se
llamaba. No sabía lo que había pasado allí, pero me explicó que después
de ese incidente pasaste una temporada en un hospital, y que luego te
reenganchaste en el ejército. En fin, eso también está en las cartas.
-Las has leído todas -dijo Rodney como si preguntara.
-Claro -dije-. Tu padre me las dio para que las leyera. Además, ya
te he dicho que en algún momento quise contar esa historia.
-¿Por qué?
-Por lo que se cuentan todas las historias. Porque me obsesionaba.
Porque no la entendía. Porque me sentía responsable de ella.
-¿Responsable?
-Sí -dije, y casi sin darme cuenta añadí-: A lo mejor uno no es sólo
responsable de lo que hace, sino también de lo que ve o lee o escucha.
Apenas me oí pronunciar esta frase me arrepentí de haberla
pronunciado. La reacción de Rodney me confirmó el error: sus labios
73
compusieron instantáneamente una sonrisa taimada, que se desvaneció
enseguida, pero antes de que yo pudiera rectificar mi amigo empezó a
hablar despacio, como poseído por una rabia sarcástica y contenida.
-Ah -dijo-. Bonita frase. Cómo os gustan a los escritores las frases
bonitas. En tu último libro hay algunas. Francamente bonitas. Tan bonitas
que hasta parecen verdad. Pero, claro, no son verdad, sólo son bonitas.
Lo raro es que todavía no hayas aprendido que escribir bien es lo
contrario de escribir frases bonitas. Ninguna frase bonita es capaz de
apresar la verdad. A lo mejor ninguna frase es capaz de apresar la ver-
dad, pero...
-Yo no he dicho que quisiera contar la verdad -le interrumpí,
irritado-. Sólo he dicho que quería contar tu historia.
[ Pobierz całość w formacie PDF ]