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eran. La ducha le encantó. La reguló de modo que saliera caliente y echando vapor, luego
se quitó el maxtli y se colocó bajo el chorro. Había dejado la puerta abierta a fin de poder
vigilar a la muchacha, y no le hizo ningún caso cuando volvió a chillar y corrió a ponerse
de cara a la pared, temblando. Sus actos eran tan inexplicables que él no intentaba
comprenderlos, ni le importaba lo que hiciera con tal que no tratase otra vez de escapar.
Cuando apretó el botón que soltaba la espuma de jabón, le dolió, pero después se sintió
mejor de sus heridas. Después movió las manijas para hacer que el agua saliera lo más
fría posible, antes de usar el otro control que sopló aire caliente sobre él. Mientras su
cuerpo se secaba, enjuagó su maxtli en el tazón del asiento que la muchacha no quería
mirar, luego lo escurrió y se lo puso.
Por primera vez desde que había pasado la puerta de roca tuvo un momento para
detenerse a pensar. Hasta entonces los acontecimientos le habían empujado a él y había
reaccionado. Ahora quizá podría encontrar las respuestas a la multitud de preguntas que
le llenaban la cabeza.
-Vuélvete y deja de hacer este ruido -dijo a la muchacha.
Se sentó en la estera. Era muy cómoda. Los dedos de la mujer estaban extendidos
contra la pared como si tratara de abrirse paso a través de ella, y permaneció de aquella
manera mientras volvía la cabeza, dudando, para mirar hacia atrás. Cuando le vio
sentado, se volvió y se quedó de pie, rígida, frente a él, con las manos enlazadas
apretadamente delante y los dedos moviéndose inquietos.
-Así es mucho mejor. -La cara de la mujer era una máscara blanca, sus ojos con. los
párpados enrojecidos a causa del continuo llorar-. Ahora dime tu nombre.
-Vigilante Steel.
-Está bien, Steel. ¿Qué hacéis aquí? -Hago mi trabajo, como es ordenado. Soy un
trepiol mar...
-No lo que haces tú, sino lo que hacéis todos vosotros, aquí en estos túneles bajo las
montañas.
Ante esa pregunta, ella negó con la cabeza.
-No... no comprendo. Cada uno de nosotros hacemos la tarea que nos es ordenada, y
servimos al Gran Diseñador como requiere nuestro honor...
-Esto no significa nada, calla. -Hablaban los dos de la misma manera, a pesar de que
algunas palabras eran nuevas para él y que a ella no podía hacerle comprender lo que
quería saber. Por lo tanto, empezaría desde el principio y avanzaría lentamente-. Deja de
tener miedo. No quiero hacerte daño. Fue tu Maestro Observador quien mandó traer esta
cosa que mata. Siéntate. Aquí a mi lado.
-No puedo, tú... -¿yo qué?
-Estás... no tienes... no estás cubierto. Esto Chimal podía comprenderlo. Esta gente de
las cuevas tenía un tabú contra el cuerpo descubierto, del mismo modo que las mujeres
del valle debían llevar un huipil que cubriera las partes superiores de su cuerpo cuando
iban al templo.
-Llevo mi maxtli -dijo, señalando su calzón-. No tengo otra cosa con qué cubrirme aquí.
Si tú tienes algo, haré como deseas.
-Estás sentado sobre una manta -dijo ella. Vio que aquella estera tenía diversas capas,
y la primera estaba hecha de una tela suave y rica. Cuando se envolvió en ella, la
muchacha se tranquilizó visiblemente. No se sentó a su lado, pero oprimió una aldaba en
la pared y cayó de ella un pequeño asiento sin respaldo; en él se sentó.
-Para empezar -dijo Chimal-. Estáis escondidos aquí dentro de la roca, pero sabéis de
mi valle y de mi gente. -Ella asintió con un movimiento de cabeza-. Bien, hasta aquí.
Sabéis de nosotros, pero nosotros no sabemos de vosotros. ¿Cómo es esto?
Así está ordenado, porque nosotros somos los Guardianes.
-Y tu nombre es Vigilante Steel. Entonces, ¿por qué nos vigiláis en secreto? ¿Qué
hacéis?
Ella sacudió la cabeza con aire de impotencia. -No puedo hablar. Tal conocimiento está
prohibido. Mátame, es mejor. No puedo hablar...
Sus dientes se clavaron en su labio inferior con tanta fuerza que se formó una espesa
gota de sangre en su barbilla.
-Este es un secreto que descubriré -dijo él tranquila- mente-. Quiero saber lo que
sucede. Sois del mundo exterior a mi valle. Tenéis los instrumentos de metal y todas las
cosas de que nosotros carecemos, y sabéis de nosotros... pero os mantenéis ocultos.
Quiero saber por qué...
Un profundo estallido, como si golpearan un gong enorme, llenó la estancia y Chimal se
puso en pie inmediatamente, teniendo preparada en las manos la cosa que mata.
-¿Qué es esto? -preguntó. Pero la Vigilante Steel no le escuchaba. Cuando se oyó de
nuevo el ruido, cayó de rodillas e inclino la cabeza sobre sus manos juntas. Murmuraba
una plegaria, o un hechizo de alguna clase, y sus palabras se perdían dentro del sonido
estruendoso. Tres veces sonó el gong y al tercer golpe ella levantó la cajita que colgaba
de su cuello, luego tiró de la tela que cubría su mano hasta que uno de los dedos quedó
desnudo. Al cuarto golpe apretó con fuerza la vara de metal de modo que primero ésta se
deslizó dentro de la caja, luego volvió a salir lentamente. Entonces ella soltó la caja y
empezó a cubrirse de nuevo el dedo. Antes que pudiera hacerlo, Chimal le asió la mano y
le dio vuelta. Había en su carne una serie de punzadas procedentes de las puntitas de la
vara de metal, e incluso algunas gotas de sangre. Toda la yema del dedo estaba cubierta
de un dibujo de minúsculas cicatrices blancas. Steel retiró su mano y rápidamente cubrió
con la tela la carne descubierta.
-Vosotros hacéis muchas cosas extrañas -dijo Chimal. y le quitó la caja de la mano. Ella
fue arrastrada más cerca de él mientras Chimal miraba otra vez las ventanitas. Los
números eran los mismos de antes... ¿Lo eran? ¿El último número de la derecha no era
antes un tres? Ahora era un cuatro. Con curiosidad, empujó la varita, aunque le lastimaba
el dedo. Steel gritó y agarró la caja. El último número ahora era un cinco. Chimal soltó el [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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