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vaso (del vaso de Johnny). Sí, hay momentos en que quisiera que ya estuviese
muerto. Supongo que muchos en mi caso pensarían lo mismo. Pero cómo
resignarse a que Johnny se muera llevándose lo que no quiere decirme esta noche,
que desde la muerte siga cazando, siga salido (yo ya no sé cómo escribir todo esto)
aunque me valga la paz, la cátedra, esa autoridad que dan las tesis incontrovertidas
y los entierros bien capitaneados.
OO De cuando en cuando Johnny interrumpe un largo tamborileo sobre la mesa,
me mira, hace un gesto incomprensible y vuelve a tamborilear. El patrón del café
nos conoce desde los tiempos en que veníamos con un guitarrista árabe. Hace rato
que Ben Aifa quisiera irse a dormir, somos los únicos en el mugriento café que
huele a ají y a pasteles con grasa. También yo me caigo de sueño pero la cólera me
sostiene, una rabia sorda y que no va contra Johnny, más bien como cuando se ha
hecho el amor toda una tarde y se siente la necesidad de una ducha, de que el agua
y el jabón se lleven eso que empieza a volverse rancio, a mostrar demasiado
claramente lo que al principio... Y Johnny marca un ritmo obstinado sobre la mesa,
y a ratos canturrea, casi sin mirarme. Muy bien puede ocurrir que no vuelva a hacer
comentarios sobre el libro. Las cosas se lo van llevando de un lado a otro, mañana
será una mujer, otro lío cualquiera, un viaje. Lo más prudente sería quitarle
disimuladamente la edición en inglés, y para eso hablar con Dédée y pedirle el
favor a cambio de tantos otros. Es absurda esta inquietud, esta casi cólera. No cabía
esperar ningún entusiasmo de parte de Johnny; en realidad jamás se me había
ocurrido pensar que leería el libro. Sé muy bien que el libro no dice la verdad sobre
Johnny (tampoco miente), sino que se limita a la música de Johnny. Por discreción,
por bondad, no he querido mostrar al desnudo su incurable esquizofrenia, el
sórdido trasfondo de la droga, la promiscuidad de esa vida lamentable. Me he
impuesto mostrar las líneas esenciales, poniendo el acento en lo que
verdaderamente cuenta, el arte incomparable de Johnny ¿Qué más podía decir?
Pero a lo mejor es precisamente ahí donde está él esperándome, como siempre al
acecho esperando algo, agazapado para dar uno de esos saltos absurdos de los que
EL PERSEGUIDOR 31
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salimos todos lastimados. Y es ahí donde acaso está esperándome para desmentir
todas las bases estéticas sobre las cuales he fundado la razón última de su música,
la gran teoría del jazz contemporáneo que tantos elogios me ha valido en todas
partes.
OO Honestamente, ¿qué me importa su vida? Lo único que me inquieta es que se
deje llevar por esa conducta que no soy capaz de seguir (digamos que no quiero
seguir) y acabe desmintiendo las conclusiones de mi libro. Que deje caer por ahí
que mis afirmaciones son falsas, que su música es otra cosa.
OO -Oye, hace un rato dijiste que en el libro faltaban cosas.
OO (Atención, ahora.)
OO -¿Que faltan cosas, Bruno? Ah, sí, te dije que faltaban cosas. Mira, no es
solamente el vestido rojo de Lan. Están... ¿Serán realmente urnas, Bruno? Anoche
volví a verlas, un campo inmenso, pero ya no estaban tan enterradas. Algunas
tenían inscripciones y dibujos, se veían gigantes con cascos como en el cine, y en
las manos unos garrotes enormes. Es terrible andar entre las urnas y saber que no
hay nadie más, qué soy el único que anda entre ellas buscando. No te aflijas,
Bruno, no importa que se te haya olvidado poner todo eso. Pero, Bruno -y levanta
un dedo que no tiembla- de lo que te has olvidado es de mi.
OO -Vamos, Johnny.
OO -De mí, Bruno, de mí. Y no es culpa tuya no haber podido escribir lo que yo
tampoco soy capaz de tocar. Cuando dices por ahí que mi verdadera biografía está
en mis discos, yo sé que lo crees de verdad y además suena muy bien, pero no es
así. Y si yo mismo no he sabido tocar como debía, tocar lo que soy de veras... ya
ves que no se te pueden pedir milagros, Bruno. Hace calor aquí adentro, vámonos.
OO Lo sigo a la calle, erramos unos metros hasta que en una calleja nos interpela
un gato blanco y Johnny se queda largo tiempo acariciándolo. Bueno, ya es
bastante; en la plaza Saint-Michel encontraré un taxi para llevarlo al hotel e irme a
casa. Después de todo no ha sido tan terrible; por un momento temí que Johnny
hubiera elaborado una especie de anti teoría del libro, y que la probara conmigo
antes de soltarla por ahí a todo trapo. Pobre Johnny acariciando un gato blanco. En
el fondo lo único que ha dicho es que nadie sabe nada de nadie, y no es una
novedad. Toda biografía da eso por supuesto y sigue adelante, qué diablos. Vamos,
Johnny, vamos a casa que es tarde.
OO -No creas que solamente es eso -dice Johnny, enderezándose de golpe como
sí supiera lo que estoy pensando-. Está Dios, querido. Ahí sí que no has pegado
una.
OO -Vamos, Johnny, vamos a casa que es tarde. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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